Aquel día, sentada en aquella silla con la gomaespuma un poco destrozada y sin reposabrazos comienzo a notar escased de oxígeno mientras ella va soltando su parafernalia absurda.
Intento hacerla ver mi punto de vista pero no me deja exponerlo, me corta, está a la defensiva.
Y el oxígeno se acaba.
Me agarro como puedo al asiento, le clavo las uñas en un intento por contener las ganas de gritarla mientras lo que entra en mis pulmones es ya fuego.
Con la caída de la primera gota de agua, la lava me colapsa y mi cuerpo toma las bocanadas ya de forma compulsiva, negándose a creer que aquello que respira no va a ayudarlo.
Respiro cada vez con más dificultad y comienzo a temerme a mí misma.
Sola, frente a ella, sin ninguna ayuda, ningun apoyo, intento mantener a flote mi respiración falta de oxígeno.
Intento relajarme pero no puedo, me insta a levantarme y temo el momento de hacerlo, no se si podré mantenerme en pie.
Cuando quiero darme cuenta la estoy dando la espalda, convulsionándo más de lo que ya estaba y avergonzada ante tal situación pero sin poder hacer nada por parar.
Mi cuerpo se niega a relajarse así que ella decide continuar con su trabajo. Yo me quedo mirando la nada mientras el fuego vuelve poco a poco a ser aire.
Finalmente, me invita a abandonar la sala.
Salgo sin decir adiós, atravieso el pasillo lleno de gente y me encierro en el baño, donde de nuevo el aire es fuego y me rodea.
Sentada, miro al suelo con la cabeza entre mis rodillas, me limpio, intento pensar en otra cosa... cualquier cosa con tal de no sentir esa asfixia de hace unos minutos.
Esa asfixia que sólo he sentido en esos sueños donde viajo al infierno.
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