Sé que aquella noche asesiné cualquier atisbo de recuperación de nuestra historia.
Ya no estoy enamorada de ti.
Sentada en la cama, sin mirarte, sentí cómo te rompías en pedacitos a pesar de que en el fondo sabías tan bien como yo que esas palabras acabarían por salir de mis labios.
Me abracé a mí misma deseando que no tuvieras la idea de hacerlo tú mientras escuchaba mis lagrimas caer y perderse en el olvido de las sabanas.
Te miré.
La oscuridad de la habitación sólo me permitió adivinar tu silueta tumbada.
El silencio sólo se vio roto por el caer de aquellas lagrimas que tanto luché por contenter y sin embargo estaba esperando ver salir.
Gotita tras gotita se fué borrando cualquier ceniza que pudiera quedar caliente, y de repente vi cómo te secabas los ojos con el brazo y retiré la mirada para evitar ver el destrozo que acababa de causarte.
No pude pegar ojo en el resto de la noche.
Cuando vi los primeros rayos de sol entrar por la ventana, me cercioré de que dormías y salí de la habitación.
Encendí mi portatil y me dispuse a escribir todo lo que pasaba por mi alma en aquellos momentos. Toda la confusión, el daño causado... todo.´
Aquella mañana necesité a alguien con quien hablar... y no tuve a nadie.
Aquella mañana me bloqueé frente al ordenador, y no pude hacer más que llorar y suplicar por que no me vieras de esa forma, porque de ser así, me abrazarías.
Y no quería un abrazo tuyo, de la misma forma que la noche anterior no quise que me hicieras el amor.
Porque aquello se acabó, no soportaba un minuto más mirarte y no verte, mirarte y pensar en volar con él.
Porque no podía soportar la idea de que alguien que no fuera él me tocara, me abrazara o me besara.
Porque él era, y es, mi mundo.
Y todo lo demás no importa.
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