Y entonces, rompí a llorar.
Sin saber muy bien si la razón de mis lagrimas era la impotencia de que una vez más aquello me supere, o la alegría que siento de tenerte a mi lado.
Nunca, nadie me había respetado de esa manera. Una palabra, y todo se detiene, no hay razón para seguir.
¿Estás bien?
No.
Y lo único que hiciste fue abrazarme y dejar que todo fluyera.
Hacía mucho que no te pasaba, dijiste, y yo sentí impotencia.
Pero de vez en cuanto te tiene que pasar, es normal. Y entonces sentí alivio.
Me besaste.
No te preocupes, está bien. Y no has dado un paso atrás, seguro que se te pasará y no habrás retrocedido.
Te besé.
Y pensé en la fortuna que tengo sólo por el hecho de tenerte conmigo
Gracias, una vez más, por tu paciencia, por soportar esto conmigo y por ayudarme como nunca nadie me ha ayudado a ir cerrando la única herida que soy incapaz de cerrar por mí misma.
Te amo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario