Y entonces te ví, ahí parado, esperandome como cada sábado, con la mirada perdida. Caminé hacia tí y entonces me miraste. Sonreiste.
Llegué a tu alcance y lo primero que hiciste fue darme un abrazo de esos que quitan el aliento y entonces...
Entonces me perdí de nuevo entre ellos, disfruté de tu olor y quise que ése abrazo no terminara nunca, así que te rodeé con mis brazos y me dejé perder de nuevo.
Sin embargo, me soltaste... lo justo para besarme.
El contacto con tus labios me devolvió a la vida. Supe que seguías ahí, queriéndome igual que una eternidad de tres días atrás.
Quise quedarme toda la tarde disfrutando de la sensación, como si de un nuevo primer beso se tratara. Como si hubiéramos viajado en el tiempo, dieciséis meses atrás, a ese momento en que nos fundimos por primera vez en el suave césped bañado por un atardecer veraniego.
Porque he tenido mucho miedo estos días. Pensé que te irías de mi lado, que no volveríamos a volar, ni a olvidarnos del planeta bajo una capa de plumas.
Y no quiero que eso pase.
Porque desde aquel veinte de marzo nada ha vuelto a ser igual.
Porque aquella noche, cuando nos cogimos de la mano, algo se despertó dentro de mi.
Algo que comenzó a crecer por tí y seguirá haciendolo hasta que lo envenenes.
Porque aquel cinco de julio comenzamos un cuento maravilloso del que no veo el final.
Porque eres lo que más me importa en esta vida, y lo más bonito que me ha pasado nunca.
Te amo. No sabes cuanto.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario