Dejo el peso muerto en las suaves aguas mediterráneas y disfruto de un poco de paz...
Las olas me balancean, cierro los ojos y me transporto a la última vez que el mar y yo fuimos uno.
El mecer del agua me aleja de la orilla... y recuerdo aquellas horas eternas de coche en silencio.
Me acerca... y recuerdo cómo nos reíamos todos juntos.
Me aleja... y aquellos momentos tensos cuando se franqueaba la línea de la amistad.
Me acerca... y la guerra de barro
Me aleja... y los besos a escondidas
Me acerca... y la desnudez acuática en la noche.
Me aleja... y aquellos abrazos vacíos.
Me acerca... y recuerdo aquellas colchonetas que hinchamos a pulmón...
Aquel viaje fué un vano intento de olvidar, de dejar las dos semanas anteriores aparte y disfrutar como los buenos amigos que éramos.
Sin embargo, todos sabíamos que en realidad era una despedida. Porque una vez volviéramos a casa, la tormenta volvería con más fuerza dispuesta a hacer que cada uno tomáramos un camino distinto.
Y así fué.
Todo murió definitivamente en aquel viaje. Después de una estocada, una agonía y la atadura involuntaria a la vida. Y aun así profanamos el cadáver de nuestra amistad un poco más...
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