Ayer, como cada sábado salí de casa para coger el primer autobús de los dos que cojo para verte.
Ayer, volví a encontrarme con el que durante muchos años fue mi mejor amigo. Estuvimos hablando en lo que duró el trayecto hasta mi parada, donde se birfurca nuestro camino, sobre muchas cosas.
Entre ellas, el pasado reciente.
Me contó varios comportamientos que algunas personas tuvieron al enterarse del giro radical que dió mi vida el pasado verano. Me contó que le gritaron por nombrarme en un cumpleaños al que asistió a primeros de julio. Me contó que, en definitiva, para algunas personas soy de todo menos bonita, aunque eso no me sorprendió.
Agradezco que él decidiera ser imparcial, como siempre, una voz sensata en este pueblo de locos.
Odio que la gente se meta en mi vida sin saber. Sufrí al enterarme de lo que estaba pasando y no pude hacer nada por remediarlo.
Me culparon por comenzar a querer.
Y cuatro años después me culpan por dar el estacazo final a lo que una vez fueron sueños e ilusiones.
Podéis iros al infierno. Nunca, repito, nunca he deseado no haber conocido a nadie. Ni siquiera a aquel que me robó el tesoro más preciado del planeta.
Y sin embargo, con vosotros empiezo a dudarlo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario