La veo desanimada, triste y desganada con todo cuanto la rodea.
La oigo hablar y su voz no es la misma. La escucho decir que no quiere levantarse al día siguiente. Y no me cuenta nada, ni aunque pregunte.
Intento acercarme, intentar comprender qué la pasa por la cabeza. Intento hablar con ella. Intento sacarla una sonrisa al día.
Pero nada funciona.
Así que desisto. Desaparezco de la habitación una vez más y me refugio en el suave calor de la pantalla del ordenador, donde al menos puedo expresar el daño que me hace al ignorarme.
Porque suena el teléfono.
Y entonces la voz la cambia, y al volver, sonríe.
Porque hay alguien que la entiende mejor que yo.
Y sé que es normal, sé que las cosas deben ser así, pero me siento a parte de todo, porque todos lo saben y yo no.
Y no puedo pintar sonrisas si no sé qué lienzo debo alisar antes.
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