En la soledad de la parte alta del castillo comienza de pronto a brotar un rio que será bautizado con el nombre de Lujuria.
Subí para contemplar semejante acontecimiento y la visión me dejó anonadada.
El líquido manaba pesadamente de la unión de dos entes de terciopelo y al deslizarse los dotaba de movimientos imposibles.
No pude retirar la vista de aquella sensual imagen y mi mente comenzó entonces a volar.
Me encontré suspendida en el aire a varios metros de altura en un cielo nocturno y tenebroso que cegaba a la vez con la luz más blanca que pudieras imaginar.
El aire no se filtraba en mi interior y la sensación de asfixia sin embargo no me pareció horrible. El calor de tacto indescriptible sobrepasaba los límites de lo real y mientras duró el éxtasis me desprendí momentaneamente de toda cárcel llamada cuerpo.
Entonces descendí de nuevo a la consciencia entre jadeos disfrutando de aquella gloriosa sensación.
Levanté la vista cuando pude por fin enfocar y al clavarse nuestros ojos necesité con urgencia sentirme atrapada entre tus brazos y llenar mis pulmones con tu fragancia especiada.
Desperté con el paso de las horas entre el suave calor de tu cuerpo y la nube de plumas en la que mi cama se transforma cada vez que te adentras en ella.
Estudié cada uno de los movimientos que realizas cuando duermes, observé cada curva, cada pestaña, cada suave aliento que salía de tu interior, cada centímetro de tu perfección matutina mientras me debatí conmigo misma entre la necesidad de arrebatarte de los brazos de Morfeo o dejarte en ellos con la paz que reflejaba tu rostro.
Finalmente fuiste tú quien abandonó a Morfeo para venir a la consciencia conmigo en una jornada paradisíaca, y juntos pusimos la guinda a una noche espléndida.
Fue un fin de semana mágico. Como cada momento que paso contigo.
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