Abro el sobre.
Meto los tallarines en el agua. 3 minutos.
Condimento.
Remuevo con la cuchara de madera y el suave humo producto del calor que desprende la cena me golpea del mismo modo que lo hace un bate.
Por un momento le recuerdo esperando tranquilamente sentado, hablando de algo insustancial y siento su mirada clavada en la espalda.
Abro los ojos.
Tomo el bol y vierto el ramen de pato en él. Se llena hasta el borde, porque es la primera vez que lo tomo sola y no he calculado bien.
Me giro.
Una mesa, un mantel individual y unos palillos chinos me esperan.
Y un portátil.
Sonrío, me siento y veo el suave parpadear naranja en la pantalla.
Tú me esperas también para cenar.
Entonces soy consciente de todo.
De ti. De cómo haces que una cena solitaria de viernes noche se convierta en un agradable momento. De cómo me iluminas incluso a través de una pantalla de ordenador.
Soy entonces consciente de cómo ha cambiado todo, y del rumbo que hemos tomado.
Y me encanta.
No puedo quitarme esa estúpida sonrisa de la cara.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario