Depresión.
Paranoia
Drogadicción.
Trastornos alimentarios.
Intentos de suicidio. Automutilación.
Insonmio, pesadillas, fobia al contacto.
Muerte en vida.
Obligación de permanecer callado, por miles de razones.
No comprensión de qué ocurre pero consciencia de que éso no está bien. De que hay algo que no debería estar ahí.
Y cuando por fin hablan, se permiten el lujo de llorar, de expresarse, de contar toda la putrefacción que llevan dentro, se les ignora, no se dá crédito, se llega a decir que "no hagan montañas de arena" o ni siquiera contestan.
Eso la familia, amigos y personas cercanas.
La justicia, por su parte, pone en duda todo lo que se dice, hace repetir hasta la saciedad cada minucia como si fuera morboso. Cada vomitiva caricia, cada golpe, cada muerte, relatada por la víctima que logró salir del infierno.
La obligan a revivirlo una y otra vez, a saber con qué extraña razón.
Pero no acaba ahí la cosa, porque el que sobrevive al delito tiene un tiempo para denunciarlo, y si no lo hace prescribe. Es decir, se pierde en el olvido, como si nunca hubiera ocurrido. Y si tiene la osadía de denunciar, de hacer frente a todo el proceso reviviendo cada día el horror, si aún sobrevive a las crisis de ansiedad... tendrá suerte si la condena es lo suficientemente larga como para no a ver al cerdo que la hizo un muerto viviente.
Hablo, por supuesto, del incesto y la pederastia. No, no es lo mismo.
Las consecuencias son similares, pero no es el mismo sentimiento ni reacción si ocurre bajo el mismo techo, porque cuesta creer que un familiar nuestro monte a nuestra hija, ¿verdad? Mucho más fácil ignorar que ese tío que viene a jugar al ajedrez alegremente es quien aniquila la infancia de su sobrino cada noche. Es más fácil guardar silencio y que el escándalo se borre por sí solo.
La pederastia, cuando viene de fuera, se "acepta" mejor. O eso dicen.
Ayer, terminé un libro: La primera vez tenía seis años, de Isabelle Aubry.
Simplemente desgarrador, es el relato de una vida marcada por más de una década de incesto por parte de su padre. Es la lucha que ha llevado para evitar, como tantos otros niños, lanzarse por la ventana, el puente o meterse con un secador en la bañera. Ella, como tantos, aprendió a vivir con el recuerdo del abuso sexual y consagró su vida a evitar que más niños tengan que pasar por la vida que a ella le tocó.
Aprender a vivir después de la muerte es la más dificil de las tareas.
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1 comentarios:
No sé realmente si estas situaciones me da más asco o pena. Sigo sin comprender como se puede ser tan cerdo como para tocar a lo más preciado del mundo.Y menos lo comprendo aun, si ese que realiza esos actos repugnables es un familiar,o más aun, como en el caso de Isabelle su propio padre. Alguien que en teoría debería estar ahí para protegerla.
Por suerte, se puede superar y aunque con mucho esfuerzo, se puede seguir adelante, comenzar a vivir de nuevo, alegrarse y respirar.
Pues el mundo aunque esta infestado de situaciones detestables como esta, tambien esta lleno de cosas maravillosas por las que merece la pena vivir.
Y si, aunque es cierto que vivir después de la muerte es la más difícil de las tareas; como habrás comprobado en el libro, con el apoyo y cariño incondicional de algún ser querido y relatando al exterior la experiencia, se puede volver a vivir.
Como siempre digo el pasado solo es pasado, tan solo hay que continuar, sonriendo, sin mirar atrás.
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