Y otra vez llego a la balda maldita donde guardo el joyero. Es lo único que me queda por limpiar y me convenzo a mí misma para hacerlo. Ya va siendo hora de guardar todo lo que sobra allí dentro.
Camino al cajón donde se encuentra esa caja de lata, la cuadrada, y al abrirla siento cómo todo lo que hay allí me transporta. Saco las fotos que me impiden acceder a las cajitas donde colocaré cada trocito de plata.
Poco a poco, cada pequeña caja me exige que busque una pieza en especial. Un recuerdo, una fecha, un nombre...
Tiemblo, tiemblo, tiemblo.
Recuerdo entonces la tintura envenenada de tus palabras. El sexo explícito imbuído en ellas transforma mis temblores en suaves lágrimas que resvalan por mis mejillas en la suave noche de finales de septiembre.
Arrojo la caja al fondo del cajón del que nunca debería haber salido y la ira me ciega cuando pateo el mueble.
El quejido que éste emite me recuerda esas pequeñas astillas que parece te empeñas en clavarme cuando bajo la guardia...
Cuento hasta que se me acaban los números perdida de nuevo en ese bosque que tan bien conozco. Sentada en ese claro, rodeada de vegetacion, aparece una vez más el lobo.
Se sienta a mi lado y espera pacientemente que abra mi corazón y derrame toda la ponzoña.
Cuando el suelo desaparece bajo nuestros pies ruego al cielo que no hayas malinterpretado todo esto y en el aire escribo con un pintalabios rojo sangre que eres mi vida, que la luz que me das nadie más puede darmela y que estoy deseando verte, amarte y ser libre.
Abriste la jaula de este pajarillo y le diste el valor para volar y dejar atrás sus fantasmas y sus rejas para enseñarle que el dolor no tiene que estar presente y hacerle ver nuevos mundos...
martes, 28 de septiembre de 2010
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