Mientras la relajación me invade siento ganas echarme a llorar.
En la penumbra de la habitación, entre tus brazos, me siento completamente limpia, pura como la niña que era hace tantos años.
Me sorprendió la manera en que todo se desarrolló.
Atravesé el umbral de aquella casa deseando no haber soltado tu mano mientras subíamos los escalones, pensando en que pasaría como pasa siempre. Prejuicios, prejuicios y más prejuicios.
Poco a poco el reloj fue avanzando y cuando quise darme cuenta ya era uno más, riendo, hablando y compartiendo experiencias.
Y en el momento en que cerramos la puerta, volvimos a crear nuestra burbuja particular.
Compartiendo sensaciones los malos pensamientos volaban con el sonido de los muebles viejos camuflado en parte por nuestra risa.
Volvimos a visitar nuestro pequeño reducto de paz, paraíso terrenal sólo estropeado por el correr de las agujas del reloj, siempre demasiado rápidas cuando me encuentro a tu lado.
Gracias por abrirme tu mundo un poco más a través de una noche preciosa.
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