Aquella mañana, al levantarme, la determinación sugió.
Allí te encontré, como muchas otras mañanas, esperando ese vehículo al final del andén.
Pensé que lo más apropiado hubiera sido desayunar una cerveza o dos para perder esa maldita conciencia que me hacía temblar con solo verte. No obstante, me acerqué para así poder hacer más ameno el viaje.
Aún recuerdo lo difícil que me fue tenerte a escasos centímetros en un tren repleto de gente y tener que hacer fuerza para no caerte encima.
Los brotes amenazaban con romperlo todo.
Porque quizá si te lo contaba perdería la amistad, y el hablar despreocupadamente contigo, como en ese momento.
Sin embargo, pasaron las horas y lo que había crecido en mi interior necesitaba ver la luz. Porque era la última vez que te vería sin escusas. Y si no lo hacía, sería peor.
Bendigo el momento en que me decidí a contarte lo que siento.
Desde entonces, a pesar de la confusión, el miedo, las dudas... todo ha sido mejor.
Porque aunque la espera fue dura, por fin te tengo a mi lado.
Porque no hay nada más mientras nuestros labios quieran volver a besarse.
Los días pasan, ya son casi 2 meses y lo que antes era un brote ahora es un hermoso rosal que me rodea sin aplastarme, que me llena de vida y de ganas de seguir.
Contigo todo parece más sencillo, incluso el amor.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
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