Al salir del metro comprendí dónde querías ir y me pareció perfecto.
Poco a poco los recuerdos de aquel día fueron invadiéndome, renovándolo todo.
En el mismo trocito de suave verdor nuestros labios vuelven a encontrarse, esta vez con más confianza.
Despacito, sin prisa, voy rozandote, dándote mi aliento con cariño, dejándo que únicamente mi boca te toque. Suavemente te abres y yo disfruto de esa sensación, porque sé que te estás relajando y eso me encanta y me anima a seguir mimándote.
Tras un tiempo, te miro.
Y entonces decido concentrarme en tu cuello mientras aún flotas, con el objetivo de brindarte algo parecido a lo que sentí la primera vez que, al lado de ese mismo lago, te posaste sobre mi piel.
Sin apenas tocarte, me deslizo y sé que la expectación nace porque te erizas. Sonrío con malicia y sigo torturándote un poco más, disfrutando de la misma manera ese pequeño momento íntimo. Te estiraste dejándome más hueco en el momento en que mi lengua entró en el juego sólo momentáneamente. Porque aún era pronto para morderte y aunque lo estaba deseando, quería esperar un poco, disfrutar de tenerte bajo mi control un par de minutos más.
En el momento en que ataqué, te estremeciste. Tu reacción me sorprendió y fué lo que le puso la guinda a ese beso.
Pasó la tarde y otra vez sentí las palabras atascadas en mi garganta.
Esas malditas dos palabras. Cinco letras. Únicamente cinco letras y tan complicadas de expulsar.
Sin embargo, encontré un porqué a ese atasco.
Simplemente, amar es querer por encima de cualquier otra cosa.
domingo, 5 de septiembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario