El viento rozaba mi rostro, los pies se despegaron del suelo, y poco a poco me fue faltando el aliento.
El viento cortaba mis lágrimas.
No sentir los pies me hacía despedirme de mi cuerpo.
La falta de aire me permitió liberarme de todo pensamiento por un instante.
El mareo que sobrevino me permitió acordarme de porqué sigo adelante. Y sentí que poco a poco los ladrillos volvían a su lugar.
Todo volvió a dónde estaba.
Por suerte, no tuve que gritar. De haber sido así, sin duda me habría desplomado.
Y conmigo, todo.
martes, 10 de agosto de 2010
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