Sin darme cuenta mis latidos se hacían más fuertes con cualquier cosa relacionada contigo. Un parpadeo en la pantalla, la llegada inminente del miércoles, un buenos días...
En el momento que lo supe, lloré y mis lágrimas se las tragó la almohada.
Era una bomba de relojería de modo que intenté deshacerme de ello antes de que fuera demasiado tarde.
Pero el tiempo había jugado en mi contra y me había ganado. Probé a arrancarte de mi ser, y el dolor fué penetrante.
Raíces.
Intenté engañarme a mí misma, diciéndome que no eran más que tonterías típicas de una mala época. Dejé esos brotes descuidados.
Una noche de amor no pude ocultar más tiempo lo que estaba pasando. Las raíces de tu rosal habían crecido, y empezaban a querer salir de debajo de mi piel.
Dolor y más dolor.
Basta.
Aquella mañana me levanté y decidí que no lo ocultaría más, que era por ambos conocido que habías plantado algo en mí que me estaba matando poco a poco...
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