Hace seis meses, ella no sabía qué iba a ocurrir con su vida una vez trascurrido ese tiempo. Sólo tenía clara una cosa: que esa luz no se apagara jamás, por mucho dolor que eso pudiera causarle, y por mucho que él no pudiera escucharla.
Un día, mientras el sol se desperezaba, decidió que aquello no podía seguir así. Había estado jugando con fuego demasiado tiempo y ahora era imposible dar marcha atrás, así que corrió y gritó con todas sus fuerzas...
En el claro apareció por fin el lobo que, con miedo pero impasible, se sentó a su vera.
Ella, consciente de su presencia, ni siquiera era capaz de mirarlo. Trató de convencerse a sí misma de que a pesar de todo, era manso y no la haría daño. Poco a poco disfrutaron de la presencia del otro en aquel suave prado.
Lentamente, su luz se fue encontrando. Se fueron acercando, abriéndose al otro...
Y un día, la inanición pudo con los instintos del lobo. Ella llevaba esperando ese momento desde que lo vió entrar en escena, y, a pesar de que se negaba a creerlo, realmente ocurrió.
Ramalazo. Calor. Rubor.
Desde entonces, algo cambió entre ellos.
Algo que, sin saber porqué, ella teme. Porque no quiere lastimar al lobo. Porque no quiere ser lastimada. Porque teme fallar, quiere saber qué es lo que debe hacer para que eso salga adelante. Está más que dispuesta a todo.
Ahora solo queda que se enfrenten a esos temores y se entreguen por fin a amarse, porque juntos pueden hacer que ésto sea una historia digna de cuento de hadas... antes de que termine esta noche y despierte de nuevo sin ti a mi lado.
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